Llevo toda mi vida en un peregrinar contínuo, de hecho no he regresado a casa desde que salí de ella cuando era un niño, y digo regresado entendiendo que no he regresado de una forma definitiva aunque si lo hago en vacaciones cortas o días esporádicos, pero eso no es aposentar ni criar raices, por lo que estar fuera de casa es algo natural en mi.
Me encanta viajar, da igual el lugar, me divierte la aventura de lo nuevo por descubrir, conocer gente diversa que como poco te sorprende y aprender costumbres que para mi resultan folcloricas y para ellos es el pan cotidiano de cada día.
Parece como si ese viaje y ese lugar nos proporcionara la sensacion de bienestar tan brutal que por momentos pensamos en que sería muy fácil vivir allí para los restos y que sus costumbres nos serían tan nuestras como las nativas, que sus comidas las aceptaríamos de tan buen grado que no echaríamos en falta las maternas, estamos tan poseídos por ese lugar que rezamos para que se alarguen los días y asi poder vivir perpetuamente el sueño de ese paraiso.
Sin embargo llega la ultima noche, hace días que hemos salido de nuestro nido y debemos regresar, es hora de poner nuestras cosas ordenadas para que quepan en nuestro equipaje y empujamos lentamente esas maletas por ese pasillo que apenas unas horas antes nos parecia la antesala del paraiso y ahora casi casi nos perece el corredor de la muerte, nos transportan al aeropuerto, un lugar de seres sin rumbo aparente y nos fundimos entre ellos sin llegar a mezclarnos, es cuando nuestra mente intenta ajustar los parametros para asi evitar un trauma excesivo, esas horas de espera en esas salas gigantescas sentados en esos sillones impersonales de plástico horrible e incómodo, ese sonido cansino y repetitivo de los megafonos imposible de descifrar nos conduce a un sopor que raya el martirio.
Ahora valoramos lo que estos dias hemos vivido, comparamos con lo que nos encontraremos en casa y nos resignamos sin que otra alternativa se nos presente como posible; entre tanto meditar nos damos cuenta de que tenemos hambre, las horas de desplazamiento y de espera nos abre el apetito y recodamos con pena las buenas comidas de esos dias de lujo y desenfreno donde todo estaba permitido, hasta la glotoneria, ahora como si de un sindrome de abstinencia se tratara, sentimos la tortura del hambre y no vemos alrrededor otra cosa que no sea un bocadillo impersonal, insipido y casi casi incoloro, nos hace refelxionar y valorar la conveniencia de comerlo o no.
Decidimos alimentarnos, mientras esperamos en una de esas sillas infernales y es entonces cuando ese sabor nos produce una ansiedad por comer algo que no nos apetece y plantearnos que si estuvieramos en casa saboreariamos lo mismo pero con otro sabor otra textura otro olor.
Esas cábalas nos coducen al recuerdo de algo que no hemos disfrutado en todos estos días, llegamos a la conclusion de que esa carencia haria insoportable vivir en pais ajeno y que ahora precisamente ahora descubrimos que nada de lo que hemos probado es comparable y que en este instante pagariamos lo que pidieran por poderlo saborear.
Miro alrrededor de mi por si alguien ha visto resbalar una gota de saliva incontrolada por la comisura de los labios, quizas quien se haya percatado piense que es normal tener deseos de una suculenta comida despues de ese bocadillo pobre en sabor y peor en aspecto, menos mal que esa gente imagina grandes platos con enormes postres y no sabe que mi gran deseo, mi carencia y mi síndrome de abstinecia no es otro que el provocado por la falta de un mísero huevo frito con patatas.
Quién no cambiaría su reino por un huevo frito?
La de momentos, recuerdos y sensaciones que me han venido leyendo tu post...sentir que por unos dias eres totalmente libre, disfrutando de tus minutos sin estar pendiente de un reloj y sentir que no puede haber nada mejor que eso....aunque debo decir que lo de los aeropuertos no es lo mio, soy mas de llenar mochila, el deposito del coche y adonde el instinto me lleve...
ResponderEliminarLo que si es una alegría es comprobar que el "antojo" de unos huevos y patatas fritas es algo universal, aunque dentro de mi gula a eso le añadiria un choricito frito jajaja.
Un post estupendo, que consigue meternos dentro de la historia, formar parte de ella ;)
Biquiños!!!
Evidentemente el choricito es la guinda que adorna ese plato universal, seguro que cuando lo he deseado se me presentaba arropado por esas patatas y dando contraste al amarillo de la yema
ResponderEliminarGracias por el comentario y por los besos
¿Huevos fritos con patatas? Manjar prohibido y por eso mismo, y a mi pesar, escaso.
ResponderEliminarLa descripción de las sensaciones....muy real. Tanto, que ahora puedo sentir la melancolia de arrastrar la maleta por esos pasillos de vuelta a casa.
Genial, como siempre.
Miedo me da desencadenar un sunami de gente buscando huevos fritos con patatas despues de cada viaje, de todas formas queda cercana la Semana Santa y probemos si a nuestro regreso no deseariamos cambiar nuestro reino por ese plato
ResponderEliminar